San Pedro de Macorís, RDElecciones Esperanzadoras
El ser humano se resiste psicológicamente a dar por sentado que las cosas no pueden ser mejores. Este criterio de perfeccionamiento es lo que ha posibilitado que el hombre haya salido de la pedregosa incomodidad de cavernas húmedas y ambientes inhóspitos para residir en casas y apartamentos dotados de todas las comodidades de la vida moderna que puede permitirse.
Quedarse sentado en la sensación de derrotismo, no es el estado natural del hombre. Nos negamos a aceptar nuestra suerte como un determinismo del destino o de la vida. Por eso batallamos continuamente, rompiendo lanzas contra las dificultades.
Y cuando sentimos que nuestras fuerzas se desgatan y que no bastan por si solos nuestra voluntad y nuestro instinto de supervivencia, rogamos a la Providencia a que nos ayude a capear los malos temporales de nuestras circunstancias.
Por eso nos aferramos a la esperanza como lo último que debemos perder. De la misma manera que el enfermo terminal cree y se adhiere con toda la fuerza de su fe a la idea de la posibilidad de curación y salvación.
La nación pudiera hoy estar abatida por viejas enfermedades sociales, pero eso no quiere decir que no se esté avanzando en su curación, solo el tiempo dirá si la medicina ha sido la adecuada y si la restauración será completa. La nación dominicana, tantas veces ha logrado recuperarse de estado comatoso y de postración moral y política en que ha caído, porque nos negamos a aceptar que no existen oportunidades de curación para levantarse y emerger como el Ave Fénix. Y es que nos resistimos a que la existencia humana sea una procesión inacabable de penurias, un valle de lágrimas que nos condena al infortunio.
Con una fuerte dosis de optimismo, nos preparamos para enfrentar los problemas que se nos presentan, y a pesar de los golpes, la acumulación de desengaños y hasta los tropiezos con las mismas piedras, nos mantenemos de pie porque creemos que nuestro destino no es el suelo.
Las elecciones tienen ese poder y esa magia rejuvenecedora que refrescan nuestra democracia, brindándonos la oportunidad de abrir nuestras esperanzas a un futuro mejor, donde las puertas se abran anchas para nuestros jóvenes, los cuales tienen deseos de darlo todo para echar hacia adelante. En este contexto, creemos que el presidente Danilo Medina tiene la oportunidad de seguir renovando la esperanza nacional.
La renovación de la esperanza que traen las elecciones actúa como un bálsamo político que aplaca rebeldía y nos hincha de ilusiones y sueños de mejoría ante la perspectiva de que nuestros males pueden ser aliviados, y sus daños, por lo menos mantenidos en un nivel controlable para la salud y sobrevivencia del sistema político donde aquellos florecen.
Y esto es así, porque a diferencia de otras naciones, nuestro sistema de partido aún no ha colapsado, a pesar de las crisis institucionales y de imagen de la partidocracia dominicana. Todavía creemos que todo puede mejorar, aunque este espacio de fe y confianza se ha ido reduciendo, todavía no hace crisis, lo que puede interpretarse que contamos con un pueblo generoso y pródigo en ‘chancear’ a la democracia que tenemos.
Es por eso que debemos darle al voto el valor de esperanza que tiene, evitando defraudarlo, viciándolo, distorsionándolo, corrompiéndolo, sino devolviéndole su poder transformador del destino de los pueblos y su verdadero papel en la construcción de una democracia, donde el camino hacia la justicia distributiva, la equidad, el progreso y la igualdad se elijan en las urnas, y no en las cúpulas excluyentes que anulan el valor del voto categorizándolo como simples números que caducan después de los conteos electorales.
Hagamos del voto un acto de resistencia contra las cosas con las que no estamos de acuerdo o de aprobación con las que están bien, pero que todavía pueden mejorarse. Hagamos de la votación un instrumento de reclamo de las cosas que queremos y de las soluciones que anhelamos.
Convirtamos el voto en una posibilidad para encontrar respuestas a la crisis, a la pobreza, a las injusticias, favoreciendo a las fuerzas que representan su negación y desfavoreciendo a aquellas que encarnan su perpetuidad. Hagamos del voto un instrumento de sanción, de premio o de castigo, según sea el caso.
Los ciudadanos, a través de nuestro voto, debemos declarar nuestras preferencias por quienes sigan el ejemplo moral y de principios que nos legó José Francisco Peña Gómez.
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